sábado, 14 de septiembre de 2013

SUCEDIÓ UNA NOCHE


                 

Tuvo que frotarse los ojos al ver la foto del periódico: por una locura o borrachera del destino, él, Peter Warne, uno de los halcones de la prensa rosa, incluso dimitido a la fuerza de su puesto en el periódico, seguía imantando exclusivas y sin saberlo llevaba largas horas viajando con una noticia bomba como compañera de autobús, o más bien una bomba de relojería, dado lo explosivo de su carácter, la mujer más buscada en todos los E.E.U.U., Ellen Andrews, la hija del magnate al que saltando del yate había dejado plantado para reunirse con King Westley, su excéntrico prometido no aceptado por Mr. Andrews.

Quién le iba a decir a Peter al subirse en la estación de Filadelfia achispado a aquel autobús con destino a Nueva York que mientras discutía con el conductor le quitaría el asiento nada menos que aquella caprichosa heredera. La verdad era que hasta que en una parada ha visto su foto en la prensa, no la había reconocido. Y eso porque lo ha cegado la belleza de sus ojos plenos, la alegría de sus pómulos y la boca de fresa; a la vista de Peter su atractivo se ha superpuesto sobre su celebridad, aunque no se han llevado lo que se dice bien, sino más bien exasperado mutuamente.

Incluso Ellen se había cambiado de asiento, pero un obeso se puso a roncar en su oreja y tuvo que volver con Peter. Y desde que él supo quién era ella, empeoró su relación. Como en la parada de descanso la muy consentida creyó que el autobús la esperaría, lo perdió; él sí la esperaba y le enseñó su foto en el periódico. Ellen temió que pretendiera delatarla por dinero y le igualó lo que le hubiera ofrecido su padre, que había puesto a varias agencias de detectives en su busca. Pero ella solo asumiría su oferta a la llegada a Nueva York, pues admitió que por ahora solo le quedaba un dólar con sesenta y había empeñado hasta el reloj. Una manera muy soberbia ésa de pedir ayuda recurriendo a lo de siempre, el dinero –y más considerando que ni siquiera lo tenía-, algo típico de una hija de millonario que desconocía el significado de la palabra “humildad”.

Cuando partieron en el siguiente autobús, ella volvió a cambiarse de asiento. No tenía suerte: esta vez le tocó un pelmazo que pretendía ligar. Ya que él conocía el tipo (era de quienes con charla camuflaba su cobardía), le bastó con dar a entender que ella era su esposa para que el charlatán saliera disparado y le dejara el puesto. Curiosamente, Ellen no lo desmintió. Continuaron juntos hasta que las lluvias anegaron la carretera y detuvieron al bus.

La crecida del río los obligó a pernoctar en unos bungallows baratos. Para una millonaria sería duro aposentarse en tal cuchitril; aún le quedaba mucho por aprender en aquel iniciático viaje.

Como no parecían quedar habitaciones individuales, Peter los registró como marido y mujer; tampoco insistió en que les buscaran alguna: le había cogido el gusto a hacerse pasar por su marido. ¡Un solterón como él, solo novio de la noche y de la botella! ¡Algo le estaba pasando!

Ante ella se excusó con que dándose a conocer como casados eludirían a los detectives, pero no parecía muy convencida. No obstante, allí adentro, a la decrépita luz de aquella lámpara, con la lluvia triste resonando afuera, ella enfurruñada y él aplicándole indirectas, por un momento parecieron un matrimonio normal con un mínimo de cinco años de convivencia.

Cuando él le confesó que era periodista y que si le ayudaba a llegar a Nueva York era para que lo readmitieran en el periódico, Ellen quiso abandonarlo y él tuvo que amenazarla con delatarla a su padre. Al final ella no andaba tan descaminada en tomarlo por un chivato.

Con trabajo, Ellen se convenció de que tendrían que pasar la noche bajo el mismo techo y Peter tuvo la galantería de darle a elegir cama. Para lograr alguna intimidad, aunque acaso él no fuera tímido con las mujeres, colgó una manta de un cable. Ahora los separaba algo no tan consistente como la muralla de Jericó, pero más seguro, porque aquélla fue derribada por la trompeta de Josué.

Y Peter no pensaba tocar la trompeta… al menos todavía.  

           

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