sábado, 12 de octubre de 2013

CARTA DE UNA DESCONOCIDA


               
                  

En Viena, el año de gracia –y desgracia- de 1900.

Querido Stephan: te odio
porque como un padre que niega a su hijo
no supiste reconocer lo que era tuyo,
maldito Stephan: te amo
porque como nadie debería repudiar su vida
ni siquiera tú puedes renunciar a lo que es tuyo.


Largo tiempo he imaginado cómo no me imaginabas,
y desde la niebla adonde me han traído los servidores del tifus
veo que con los tres golpes del destino llaman a tu puerta los dos padrinos.
Puedo imaginar el duelo: el alba ebria entre los cipreses, un río turbio,
el negro destello de una levita, un sordo estampido que no es de corcho,
el espanto de los pájaros de luto, tu sombrero de copa en la hierba.
En el instante de acoger la bala te sentirás tan joven como cuando te conocí,
yo tenía trece años y antes de verte me habló de ti la carreta de mudanzas,
me hablaron de ti los muebles estilo Imperio, tus pentagramas, el piano,
los programas de tus conciertos, las críticas entusiastas, me hablaron de ti
las notas de plata que como en una medalla esculpían tu perfil en el aire,
tus escalas por el perfume de galán ascendiendo entre las hojas a la luna,
tu silueta que cada noche grácil se insinuaba en los visillos iluminados,
hasta el día que te vi en la escalera y de tu cara y de tus ojos fluyó un ritmo
como la música que imaginaba tocabas para alguna desconocida,
tu mujer ideal, yo, que aún tendrías que esperar a que creciera,
o como el silencio que hechizaba tus aposentos cuando te ausentabas
y yo perseguía tu estela por los lechos, los divanes, los canapés
donde a tu vuelta tumbabas las risas de las mujeres con quienes regresabas
pero que no eran para quien tocabas Chopin, Mozart, Liszt
porque ellas no te entendían como aquélla que para ser tuya
solo tendría que cruzar ensimismada el cristal de la adolescencia.



Aunque en los poemas no deberían pasar el tiempo ni brillar más flores,
cuando has leído éste ya se ha marchitado la rosa blanca de mi vida.
En Linz dejé que mamá me enredara la juventud en la madeja del hogar
y aburrí lienzos y retazos bordando las figuras de mi nostalgia.  
A mi vuelta a Viena la recorrí en tranvía adivinándote en cada plaza,
tú no te habías mudado y volví a oír la música de tu ventana encendida.
Dejé que me conocieras, pero sin decirte quién era para que me reconocieras
como aquella desconocida para quien hasta entonces habías tocado el piano,
tu mujer ideal que ya había crecido lo bastante para ser tuya,
pero solo me cortejaste como a una más, te deslumbrarían las joyas,
el champán, el fulgor de las arañas, el esplendor del sol en el Prater,
era invierno y sin embargo en la nieve todo florecía,
las luces, las copas, las máscaras, las rosas blancas que me regalaste,
y hasta floreció mi vientre con el hijo que no llegaste a conocer.
No quise retenerte solo por su causa, mi sombra aún era plana,
y en la estación supe que en lugar de tres semanas te despedías para siempre
y que tus promesas se desharían en jirones con el humo de la locomotora.



Cuánto te he soñado, querido Stephan maldito,
incluso a través de las pieles, rasos y sedas que jalonaron mi matrimonio,
los bailes, recepciones y embajadas que me ennoblecieron.
Casada con el padre de tu hijo te reencontré en la ópera,
y por tus mejillas insomnes abandoné a mi hijo que dormía confiado,
por tus ojos borrachos abandoné la leal mirada de mi marido,
por tu palidez de cínico abandoné los brocados negros del lujo.
Y aunque intenté que me recordaras por las rosas blancas no me reconociste,
volviste a intentar seducirme con la irónica táctica de que no recordabas
dónde me habías conocido, seguiste sin reconocer a la desconocida
para quien habías tocado el piano que tus alcohólicas manos ya ignoraban.



Querido Stephan: te odio
porque como un padre niega a su hijo no supiste reconocer lo que era tuyo,
maldito Stephan, te amo
porque aunque nadie debería renunciar a la vida tú le abres
a unos padrinos que ya que no lo serán de nuestra boda
te guiarán a esta niebla donde me han traído los servidores del tifus:
amor o muerte, rosas blancas o negras,
ni siquiera tú puedes repudiar lo que te pertenece.    

  
                                                                                                                                  

2 comentarios:

  1. Ánimo Cinéfilo Secreto... que ya no le eres tanto. Salu2.

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  2. Sí que me van desenmascarando poco a poco, al final todo se sabe. Saludos y gracias!

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