sábado, 23 de noviembre de 2013

SABRINA


                 


Querido papá, perdóname por lo que voy a hacer
y que ni siquiera los Larrabee –salvo David- podrán impedir,
pero me niego a que mi amor duerma como la lechuza del jardín
y no puedo seguir soportando el infierno de Long Beach:
yates con sentina, fiestas que decaen a través de la grieta de una copa,
cenas donde la vergüenza se hunde al fondo de la sopa de tortuga,
un sol que sale con puntual servilismo de mayordomo,
Rolls Royce con chóferes tan sordos como tú a los gemidos de atrás,
piscinas donde sin quitar el tapón del fondo se desagua la decencia,
amores que se consuman con la exacta frialdad de un put en el hoyo 18.
Un lugar donde el amor está peor visto que un adúltero 
o un hombre serio que compra las sonrisas por veinte dólares la hora.

Ante todo no quiero que David venga a mi funeral:
cambiaría el réquiem por música de baile
y ligaría con las asistentes regalándoles las rosas de mis coronas,
luciría su smoking blanco en señal de luto
y traería su ráfaga de risas, vapores alcohólicos y perfumes de mujer,
entreveraría con el incienso el humo de sus cigarrillos ingleses
y jugaría al billar sobre el forro de fieltro de la tapa del ataúd,
firmaría con una caricatura en el Libro de Honor
y entre los deudos repartiría chistes en lugar de pésames,
sacaría los naipes de entre las hojas de la Biblia
y junto a los cirios pondría una tarta de nata con diecisiete velas.
En lugar de David con su paraíso portátil de tragos y sonrisas 
prefiero que asista Linnus con su rictus de nubes y crespones negros.

Querido papá, pensándolo mejor
quiero que me entierren bajo el césped del campo de polo
después de haber instalado la capilla ardiente en la pista de tenis,
allí mismo donde David acaba de asestarle un revés a mi corazón
bailando a través del estribillo de mis celos con la nieta del National Bank,
-¿Por qué será él tan rubio y yo tan morena?-.
Quiero que un descapotable traiga derrapando mi ataúd
y que el Pastor oficie desde lo alto de la silla del árbitro,
que armen el catafalco en la misma red para que el público
se ahorre mirar de un lado a otro el peloteo de los ángeles por mi alma,
y que haya un discurso y banquete fúnebres con canciones y canapés.
¿Por qué será el tan bromista y yo tan seria?
¿Por qué será tan popular y yo estoy tan sola?

Aunque, pensándolo bien, papá,
si David viniera por una vez sería él quien me miraría
en vez de yo a él cuando se convierte en el foco de las fiestas,
en la lámpara en torno a la que como polillas mariposean todas,  
y desde la rama de un arbusto aburrido de mis sueños
yo lo observo como una paloma triste o un amargo fruto,
como la lechuza en la que no quiero que se convierta mi amor,
pidiendo a la luna que yo sea más rica o él más pobre.    

    

2 comentarios:

  1. Locura por esta película.
    Buenísimo testamento. Yo también quiero que derrapen mi ataúd, aunque sea en un seiscientos.

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  2. Ja, ja... Bueno, a mí me da un poco igual porque, como diría Groucho, no estaré allí para verlo.
    En cuanto a Sabrina, es sin duda la mejor comedia romántica.

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