sábado, 8 de febrero de 2014

ROCCO Y SUS HERMANOS


       

Cuando elijo una película para reseñar tengo por defecto rutinario, tal como si de un programa de ordenador fuera, revisar el film unos días antes de comenzar a escribir. Sin embargo, en esta ocasión he decidido saltarme este protocolo. ¿Por qué? Pues… no lo sé a ciencia cierta. Bueno… o quizás sí. Creo que se debe a la magia que aún siento cada vez que rememoro en mis pensamientos las sensaciones que me produjo Rocco y sus hermanos la primera y única vez que he visto esta obra magna del cine, hace nada más y nada menos que algo más de diez años. Confieso que existen películas que me da miedo volver a visitar una segunda vez y estas son precisamente las que más me suelen gustar, puede que porque éstas sean como esa primera vez de encuentro con los primeros sobresaltos y emoción. Todos nos acordamos de nuestro primer día de colegio, de nuestro primer día de universidad, de nuestro primer día de trabajo, de nuestro primer beso, de nuestra primera relación amorosa…

Todos esos acontecimientos descritos son como recuerdos indelebles en nuestro cerebro que se convierten en realidad deformada por la idealización del momento gracias al malvado efecto que el monótono y tiránico paso del tiempo provoca en nuestra mente.  Por ello me atrevo a hablar de este monumento del cine desde la óptica de mis memorias, contaminadas éstas por la absoluta devoción que siento tanto por el film como por el master Luchino Visconti.   

¿Qué significa para mí Rocco y sus hermanos? Decir que ésta es una de las mejores películas de la historia del cine creo que es una obviedad. Es la crónica de una demolición familiar anunciada, rodada con la elegancia y belleza con la que sólo Visconti sabía procurar a sus hijos. Luchino, como gran escenógrafo y director de ópera,  dotó a Rocco con su habitual puesta en escena colmada de belleza, no sólo a nivel de actores (todos guapísimos), sino más bien a nivel fotográfico y de producción. Milán aparece como un paraíso perdido, oscuro y demoledor que devora las esperanzas del iluso recién llegado inmigrante del Sur de Italia. La ambientación de Rocco se asemeja más al cine negro que al melodrama clásico italiano, y esto es algo convierte al film en una joya de hipnótico influjo. Es una obra fundamentalmente nocturna, de ambientes chuscos y arrabaleros, en los que la depravación más desgarradora vence al esperanzador progreso. Me fascina cómo Visconti juega con nosotros estructurando su obra en cinco episodios titulados cada uno de ellos con el nombre de los cinco hermanos que dan titulo a la película. Esta forma de narración aparentemente deslavazada terminará teniendo sentido, puesto que a pesar de su composición episódica el film se centrará en la relación establecida entre el bondadoso e inocente Rocco y su querido hermano Simone, un ser mezquino, cruel y malvado que es la antítesis de su pariente de sangre, o tal vez no, y solo sea el reverso tenebroso que el miedo por experimentar la vida impide que aparezca en el piadoso y caritativo Rocco. Se nota que Visconti no solo era un director de cine, sino también un lector incansable, puesto que Rocco y sus hermanos es un pequeño homenaje a una de las obras de cabecera del cineasta italiano que no es otra que El idiota de Fiodor Dostoyevski. Quizás por ello, Visconti no dudaba en afirmar que Rocco siempre fue su película favorita.

No obstante, para mí Rocco supone algo más. No es solo una película, es una obra que traspasa los límites puramente fílmicos, pues es un film que forma al espectador tanto intelectual como personalmente. Porque si  hay algo que caracteriza a Rocco y sus hermanos es el hecho de ser un retazo de pura vida, más real que la propia realidad. Y es que la vida no es un paraíso idílico y feliz tal como el cine trató de implantar en nuestra conciencia con las comedias alocadas y despreocupadas producidas en los años treinta o en los melodramas tontorrones de los cincuenta. La vida es todo lo contrario: es una carrera de obstáculos en la cual debemos sortear como buenamente podamos las barreras impuestas por la avaricia, la maldad, la sordidez, la corrupción, la envidia, la familia, los amores destructivos, la miseria económica, el fracaso, el éxito, una madre sacrificada y protectora, el  miedo a enfrentarnos a lo desconocido, la renuncia a la felicidad  en favor de la del prójimo, esto es el sacrificio. Todo esto y mucho más es Rocco y sus hermanos y por ello esta película me toca muy profundamente, como pocas veces lo ha hecho un objeto de arte en movimiento a veinticuatro fotogramas por segundo.

                  

Y es que en el perfil de cada uno de los hermanos está presente una de esas virtudes o maldades de las que estamos compuestos los seres humanos, nos guste o no admitirlo. Rocco es la bondad extrema, lo que actualmente se llama un tonto útil que no duda en sacrificar su felicidad por los demás, un pusilánime incapaz de hacer frente a los problemas de cara, huyendo ante las fatalidades que se cruzan en su destino, y por tanto alguien cuya vida no es más que un profundo vacío inerte de emociones que nunca se adaptará al nuevo ambiente pues añora la tranquilidad del viejo Sur ausente de problemas. Simone, como comentábamos anteriormente, es la maldad que se opone a la misericordia de Rocco, un hombre cuya inicial inocencia es destruida por su envidia y avaricia mal entendida, es decir, un egoísta al que le corroe por dentro que su hermano pueda ser más querido o feliz que él mismo, siendo pues pervertido por el veneno del nuevo ambiente depravado que encuentra en Milán. Simone no dudará en robar, delinquir, mancillar el honor de las personas a las que más quiere. Vicenzo es el primogénito, responsable, trabajador y sufridor incansable perteneciente a la clase media, forzado a integrarse en el nuevo ambiente muy a su pesar. Ciro es la juventud inocente estudiante e ilusionada, que representa la esperanza de un futuro mejor que el oscuro presente. Al igual que el pequeño Luca, que encarna nuestra más tierna infancia, aquella que aún no se ha topado con el desencanto que supone madurar y batallar por la propia supervivencia en un entorno hostil. Este retablo de personalidades y perfiles que se entremezclan, cruzan, chocan en el  ambiente familiar es algo que me cautiva, que me hace recordar vivencias de mi propio pasado, así como expectativas de mi propio futuro.

Además de un crudo melodrama familiar, Rocco y sus hermanos es también un intenso cuadro social en el que se describe el impacto que el proceso de emigración interior del Sur rural al Norte rico y urbano supone en la mentalidad del trabajador emigrado. Los primeros compases de la película me resultan increíblemente emocionantes por la verdad que encuentro en ellos: la llegada de la familia Parondi a la estación de Milán me resulta cercana. La fascinación que para el recién llegado del Sur implica simplemente montar en tranvía y vislumbrar a través de las ventanas del mismo las luces de neón que engalanan los edificios de la gran ciudad me recuerdan a esos viajes emprendidos por los emigrantes españoles en los años cincuenta y sesenta. Igual que el hechizo que para el extraño supone contemplar la primera nevada, hecho climatológico que para el hermano ya asentado en la urbe (el trabajador Vincenzo) solo supondrá la oportunidad de colocar laboralmente a sus hermanos aterrizados en la opresora prisión urbana. Me encanta como Visconti simboliza el desarraigo que el movimiento migratorio implanta en el temperamento de los protagonistas del mismo, motivo éste que supondrá la demolición de los cimientos que sustentan la estabilidad familiar que la pobre Mamá de los Parondi tratará en vano de defender. Y es que la ciudad terminará siendo un purgatorio que devasta la tradicional unidad fraternal de las familias emigradas, tal como hemos sido testigos tantas veces en nuestra vida real.

                  

Pero sobre todas las emociones que experimenté tras descubrir por primera vez esta obra maestra del cine, sin duda hay dos escenas que se quedaron grabadas en mi mente y corazón sin que el paso del tiempo haya erosionado el efecto demoledor que las mismas me provocaron en el pasado (a quien no haya visto la película le recomiendo que no siga leyendo este párrafo y vaya directamente a la última estrofa de esta reseña, ya que le puedo destrozar el final de la cinta). Las mismas se basan en la historia que confronta a Rocco y Simone por el amor de su vecina puta, la bellísima Nadia. Ésta se presentará inicialmente como una mujer de vida alegre capaz de vampirizar el alma de aquel que ose buscar su afecto. Su carácter despreocupado e irresponsable casa inicialmente con el vividor, alegre y maléfico Simone. Sin embargo, tras ser rechazada por un Simone hastiado del sexo dispensado por Nadia así como de su fracaso como boxeador, Nadia conocerá al bondadoso y maleable Rocco, del que se enamorará perdidamente, hecho éste que desatará la violencia más ruin de un Simone deshumanizado por la inhumanidad imperante en los bajos fondos de la ciudad. No cabe duda que la escena de la violación de Nadia ante los ojos de Rocco por parte de un Simone que busca con este acto aberrante humillar el éxito alcanzado por su hermano tanto en el terreno amoroso con su antigua amante como en el laboral como boxeador (éxito que Simone mira con ojos envidiosos al haber fracasado en ambos), es una de las escenas más escalofriantes y espeluznantes que jamás se han filmado en el cine. La sensación de vómito y vacío que esta secuencia me provoca aún me congela la sangre cada vez que aparece en mi conciencia. Las lágrimas desgarradoras de Rocco mientras observa la aberración, así como la vergüenza experimentada por Nadia una vez culminado el acto, no las puedo desprender de mi mente. Del mismo modo, los últimos veinte minutos del film son igualmente inolvidables. El montaje en paralelo llevado a cabo por Visconti para mostrar alegóricamente el triunfo de Rocco como boxeador enfrentado al fracaso del amor al que ha renunciado Rocco para expiar los pecados cometidos por su hermano en forma de la terrible  escena del asesinato a navajazos de Nadia cometido por Simone es sencillamente de una poesía sublime. Todo ello culminará con una de las secuencias más desgarradoras que recuerdo: tras una última reunión familiar que une de nuevo a toda la familiar Parondi, Simone llegará a casa para confesar que ha perpetrado el asesinato de Nadia a Rocco, de modo que la pequeña felicidad alcanzada tornará en destrucción existencial en un desgarrador abrazo de  hermanos a lágrima viva que expresará el fracaso vital absoluto que el enfrentamiento de las personalidades de Rocco y Simone ha impulsado en las vidas de ambos.

Sobran las palabras para enunciar los sentimientos que esta película me sigue provocando y que estoy seguro seguirá induciendo a todo aquel que la haya visto. Es por eso que tengo miedo a volver a enfrentarme con este coloso del cine, porque no quiero que la monotonía y el conocimiento de cada escena originen en mí una pérdida de esa emoción que aún siento. Y es que el primer beso no solo es el más rico, sino que es eterno.

Autor: Rubén Redondo


2 comentarios:

  1. Tendré que ver la película. Con lentitud, observándola, masticándola, queriendo desmenuzarla como Rubén la desmenuza. Y tengo miedo... del bueno.

    ResponderEliminar
  2. Espero que hayas seguido el consejo de Rubén y te hayas saltado el párrafo en cuestión... Aunque es imposible hacerlo, de hecho solo en apariencia aconseja hacerlo; en realidad pretende atraer más el interés del lector.

    ResponderEliminar