sábado, 29 de noviembre de 2014

EL JINETE PÁLIDO


                  

Me mataste, Stockburn, una tarde como ésta de invierno,
marfil sobre mármol                  
lo último que vi fue una paloma agonizar en el hielo,
la luz tiritaba como hoy en el aire,
pero mientras que entonces mi sangre bautizó la nieve
y como una serpiente el viento silbó por los seis túneles
que tus ayudantes me excavaron en el torso
y me hizo lagrimear el tercer ojo que me abriste en el ceño,
hoy la tarde es turbia pero árida, menos turbulenta,
de las lagunas fosforescentes de mis ojos ves subir tu cadáver,
tu sangre se verterá en el lodo
y a ti tu tercer ojo te cegará por siempre
y después no te será como a mí dado vagar para vengarte
porque te habrá matado un hombre muerto.

La verdad, Stockburn, me mataste dos veces
ya que antes cavasteis en el cuerpo de Sally siete túneles  
por donde se evadió su vida,
siete tumbas en la tierra sagrada de su cuerpo,
los seis orificios que tus ayudantes abrieron en su carne,
por donde se le escurrió la memoria como por unas goteras,
y tu rúbrica entre sus ojos que aún guardan mi imagen petrificada:
tuvisteis que matarla ante mis manos inermes,
a la sombra del nogal que ahora la aloja,
Sally, la que como una segunda madre me dio otra vida
y un hogar, aquella granja donde descansa y nos sorprendisteis
después de que renegara de tu amistad
y de que su amor me redimiera de tu compañía,
porque hasta conocerla yo era otro amante de los caminos,
un novio de la suerte con hambre de muerte,
tu hermano en la sangre y en la sed perenne,
un asesino que contigo alquilaba mi pistola.
Desde mis verdes años fui compañero de la fortuna
y cuando te conocí nos convertimos en socios del vicio
y favoritos del crimen,
y después de que con la luna de sus palabras Sally me alumbrara
toda la cizaña que se me enredaba en las tinieblas del alma
y en ésta germinara la semilla de la esperanza  
y empezara a sembrarla en otros campos
(no solo me convertí sino que me calcé el alzacuello),
cuando te resignaste a que nunca volvería contigo,
me sustituiste con tus seis ayudantes
y para vengarte y erradicar mi testimonio
viniste a arrebatarnos las vidas y los hijos que ya no tuvimos.

Venía yo, Stockburn, desesperado y paciente,
de una especie de confuso sueño del que tú ya no despertarás,
de un mundo angosto y húmedo, mudo y frío,
pacífico y oscuro, larvado, mefítico,
donde reinan la memoria y la corrupción de la materia,
y sin fe ni nombre vagaba en tu busca,
yo era el americano errante, pistolero sin pistola,
reconciliado con el camino como con una antigua novia,
con tu fantasma en mi imaginario punto de mira,
yo mismo un fantasma en el punto de mira de nadie,
dejaba en el aire el molde de mi silueta,
sin bajar de mi espectral bayo como si cabalgara el aire
o más bien el bayo solo y cabalgado por nadie,
remontando las cimas de la furia y los valles de mi tristeza,
las montañas de la rabia y las llanuras de la paciencia,
a través de todos los climas mi sombra sin cuerpo
como una leyenda que sembrara el miedo por donde pasara,
dejando tras de mí una estela de estupefacto, frío silencio,
sin descansar, los ojos de gato alumbrándome de noche,
materializado en los tintineos de las espuelas,
en la levita de predicador y el sombrero de fieltro,
cuando por un azar necesario llegué a Carbon Canyon
y libré a Barret de la crueldad de los secuaces de LaHood,
acepté su hospitalidad y me alojé en el campamento,
conocí a Sarah (trigo maduro), a su hija Megan (semilla de centeno),
y al resto de los cazadores de oro,
como un general alineé sus voluntades contra LaHood,
que amedrentándolos pretendía expulsarlos de sus tierras
y para lograrlo alquiló tus siete pistolas, Stockburn,
ya que sus hombres me oponían resistencia de hormigas:
en mi estado soy invencible,
tan rápido como la muerte, tan certero, serio,  imbatible,
duro, implacable, doloroso e ineludible como la muerte,
y con los cazafortunas tuve que simular que comía
aunque llevo muchos años sin sentir hambre,
tuve que simular que me apetecía picar la piedra
aunque hace  mucho que mi cuerpo no requiere ejercicio,
tuve que simular que oía las ofertas de LaHood
aunque hace mucho que el oro no me tienta,
tuve que simular que me quería acostar con Sarah
aunque hace mucho que gasté todo el amor que me quedaba,
tuve que simular cariño de padre por Megan
aunque como un jugador derroché el que nunca llegué a tener;
y para mí aniquilar a tus seis ayudantes ha sido una escaramuza,
hurtándome a sus miradas y sorprendiéndoles por la espalda,
pero a ti, Stockburn, voy a matarte a la cara,
te hipnotizan mis ojos como ágatas de gato o cobra,
y me da tiempo de enfundar, acercarme, desenfundar,
cargar, amartillar, apuntar,
y después de que me reconozcas, incrédulo de terror, disparar,
y podré dejar de vagar por el mundo
para volver a aquel ámbito angosto y húmedo, mudo y frío,
pacífico y oscuro, larvado y mefítico,
donde reinan la memoria y la corrupción de la materia.       

    
   

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