sábado, 6 de diciembre de 2014

UNO DE LOS NUESTROS (GOODFELLAS)


                  

Mediodía y la hora me atropella como yo casi a los peatones,
las décimas devoran los segundos y los minutos las horas,
frenético el tiempo adelanta a mi prisa,
porque no es mi Cadillac el que corre por el tiempo,
sino el tiempo el que corre por el Cadillac,
a los lados fugaces formas huyen al pasado,
las doce y aún tengo que recoger a mi hermano del hospital,
venderle las armas a Jimmy,
trincar la coca del clan de Pittsburg,
rebajarla con quinina en casa de mi amiga,
salir de compras con Karen, mi esposa,
preparar con ella los macarrones de la fiesta,
y empaquetar la coca para que la niñera vuele con ella
y se la cargue a los camellos de Atlanta,
pero como un perro rabioso me muerde el tiempo
o más bien será que el tiempo alucina y hasta el espacio delira,
se acorta y adensa y me ralentiza como a un astronauta,
o se alarga y licua y sobre él me deslizo como un surfista,
primero embebe y luego crece como un rabo de lagartija,
o será que el tiempo mudó cuando empecé a esnifar
y al absorber el polvo sorbo el tiempo
como una lámpara a su genio maravilloso,
y mi taquicardia ensordece el tránsito
y el ronroneo de ese helicóptero que sobrevuela el miedo,
casi la una y aún tengo que llevarle las armas a mi niñera,
trincar la coca en el hospital,
rebajarla en mi casa de Atlanta,
empaquetarla para que Jimmy se la cargue a los camellos de Pittsburg,
preparar la coca con tomate y cenar con mi amante y mi esposa,
¡no, con mi amante esposa!,
y ya el tiempo se droga, los segundos se esnifan a los minutos,
acelero y más corre el tiempo,
y no sé en la pesadilla de quién corro.
                                  
Al final las armas no se adaptaban a los silenciadores de Jimmy
(para él el silencio es oro, lo primero)
y con mi mujer voy a esconderlas en casa de sus padres
mientras vamos de compras,
el tiempo no estaba drogado, sino que sufría abstinencia,
por eso se torcía y retorcía, volcaba y revolcaba,
ahora fluye como la autopista o un río tranquilo,
hasta que el asfalto se vierte en vorágine de cruces  
y veo que son las cuatro y vuelve a desbordarse:
aún tengo que preparar los macarrones en Pittsburg,
trincar la coca del clan de mi hermano,
rebajarla en casa de los padres de Karen,
vender en Atlanta las armas que Jimmy no ha querido,
empaquetarle los macarrones a mi amiga
para que se los cargue a los camellos del hospital,
y bajo un helicóptero que me sigue desde lo alto de la paranoya
la riada del tiempo me arrastra por la autopista
y en la corriente del presente afluyen las del pasado
y recuerdo que todo empezó en serio cuando nos cargamos a Billy
porque se burló de la época de limpiabotas de Tommy,
y nos pusimos a matar como quien fuma,
el gatillo en vez del mechero, los cadáveres como colillas,
hasta entonces solo habíamos sido traficantes del miedo,
maestros de la amenaza y protectores de mentira,
correos del dolor, de los débiles visitantes por sorpresa,
pero aún matar no se había hecho una mala costumbre
y el asesinato no era un aperitivo algo excesivo,
después sí se mataba a un abogado por no coger el teléfono,
a un corredor de apuestas que se equivocaba de caballo,
a un policía porque pedía un aumento de soborno,
y Tommy se cargó a un camarero por no servirle pronto
y nos enfadamos con él como si hubiera roto un vaso,
hasta mi mujer me apuntó cuando supo que la engañaba,
creo que el peligro era nuestra verdadera droga
y nos gustaba más dar miedo que envidia,
sí, fue al hacerme adicto al riesgo
y  matar por menudencias cuando todo empezó a ir muy rápido
como si me esnifara todo el tiempo que les robaba a las víctimas,
y por domesticar los nervios empecé con las pastillas
y al verter sangre una riada de tiempo me corría por las venas
como si tuviera prisa por seguir matando,
y ni siquiera me tranquilizó la cárcel
sino que allí contacté con el clan de Pittsburg
a quienes después de trincar la coca
de chiripa acabo de vender las armas de Jimmy,
ya solo me queda terminar de hacer la cena con la niñera,
rebajar la coca en casa de los camellos
y empaquetársela a mi amiguita
para que en helicóptero vuele a Atlanta,
y acelero porque un avión me persigue por mi esquizofrenia
y el tiempo sigue en mi sangre drogado,
ya corre adelante y también atrás
y me acuerdo de cuando Tommy, Jimmy y yo éramos un triunvirato,
los príncipes de la coca, héroes de la heroína,
y todos se disputaban el honor de hacernos un favor,
darnos fuego o una flor, una mesa o un amor,
y todo seguía muy rápido,
el tiempo aceleraba como la sangre o este Cadillac
y como ahora pensaba en ocho cosas a la vez,
y no sé cómo pero ya he rebajado la coca en casa de mi amiga
y solo me queda cenar, empaquetársela a la niñera
y llevarla al aeropuerto,
después de cada raya recobro la lucidez,
antes quería esnifarme la raya continua de la carretera,
lo que me raya es la abstinencia, el tiempo sigue con su síndrome
y recuerdo el golpe que dimos en el aeropuerto, ocho millones,
y con la excusa de la seguridad nos cargamos a la banda
para no repartir el botín, matábamos como fumábamos
y ya teníamos los pulmones como ceniceros,
daba igual que fueran de los nuestros,
solo nosotros tres éramos buenos chicos de verdad, de fiar,
y formábamos una mafia dentro de la mafia,
una sociedad anónima con afán de lucro
cuyos ejecutivos (ejecutores) padecíamos estrés,
hasta que se fumaron a Tommy como él se había fumado a tantos,
tanta matanza se le revolvió en venganza
y en vez de nombrarlo capo vengaron a Billy, que sí era capo,
y le privaron de todos los asesinatos que ya no cometería,
se le detuvo el río de la sangre, del tiempo,
que a mí se me escapa como los caballos del Cadillac,
hasta que con la niñera camino del aeropuerto
no veo en el cielo el abejorro del helicóptero
y la policía me atrapa:
el tiempo se para, a partir de ahora me sobrará,
y con síndrome de abstinencia
solo me servirá para ver mi vida en flash back.

    

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