Yo, Einar, hijo de Ragnar,
que en mi bravura he
fundado mi autoridad,
Einar, elegido de Odín,
dios de la guerra,
que con mi espada en
los tapices tejeré la leyenda de mi majestad,
favorito de Thor, padre
del trueno,
que con mi quilla he
partido la niebla y la tempestad,
pero ahora esclavo de
la ira, anhelante de la muerte,
asediado por mi
fealdad,
he visto mi tristeza como
una lágrima reptar por la piel de Morgana
la rehén de la que era
rehén,
mi espada bajar ante el
hielo de su desprecio,
mi remo ceder al mar de
mármol de su indiferencia.
A veces, en metálicos
amaneceres,
cuando en las venas
como una marea de lava refluye la resaca,
en un relámpago de
sangre en el aire
vuelve el halcón del
esclavo a arrancarme el ojo y la belleza
con que habría atraído
a Morgana,
como si con un golpe
del destino las runas le hubieran dicho
en una de esas tiradas
de dados que conculcan el azar,
que desfigurándome sería
suyo el amor de Morgana, por necesidad,
y de la cuenca hueca me
nace una lágrima imposible,
sí, cada ebria alba de
hierro en un escorzo de miedo
vuelve el halcón a
herirme con un rayo
menos potente que la
belleza transparente de Morgana.
Viento blanco, mar
venenoso,
la visión de un barco
en llamas a la fúnebre deriva de la noche,
en la nieve vísceras
del cielo destripado de nubes,
el dragón que sale de
la orilla, el ganso rojo de la luna,
la catarata de sangre
que se precipita al filo del fin del mundo,
las intuiciones de los
mares, las premoniciones de las nubes,
el deseo de muerte en
el vértigo de un grito que cae
desde la torre del
castillo de mi pesadilla,
es la hora de encallar
como mi padre en un pozo de ladridos,
la hora de vengarlo
asaltando las almenas de mi sueño
y la fortaleza de tu
cuerpo de ópalo,
la hora de que entre la
niebla giman los mástiles y la trompa,
la hora de navegar con
la gloria a la proa y el miedo a popa,
así que en esta
fantasía bésame las cicatrices,
descóseme las heridas,
escúpeme a la cara el ojo que no tengo,
muérdeme, amor tan
imposible como un vikingo al sur,
como un vikingo sin
espada,
como un vikingo en paz.
Yo, Einar, hijo del
fiordo,
que en la espuma he
pintado la trama de mis proezas,
el novio del sol y de
las estrellas
que a lomos del viento
he roto la niebla ciega,
Ainar, terror de ingleses,
al norte de la valentía,
que con la espada en la
batalla he trazado la estrella de mi gloria,
pero ahora con un ojo
nublado, de amor vulnerado,
mi destino tuerto por
una tirada de runas
en la que el esclavo leyó
que si me desfiguraba la belleza
suyo sería el amor de
Morgana,
y yo que creía que el
halcón sería yo y ella la paloma.
A veces en los
atardeceres de óxido y herrumbre bebo y bebo
y sueño que en sus
garras el halcón me trae el ojo
y me devuelve la belleza
con que atraer a Morgana,
y como si con un golpe
devuelto por el destino
los dados de las runas
volvieran hacia las manos de la bruja,
en un movimiento
inverso
parecido al de los
cascotes que en el deshielo se rompen,
la suerte se revierte
y el esclavo muere
y del foso de ladridos
voraces mi padre sale
y en la noche brillante
un desfile de hogueras que no es fúnebre
iluminan la nieve y el
mar que arde y una barca que no celebra mi muerte
sino mi boda contigo,
amor imposible
como un vikingo que no
bebe,
como que de la tierra a
la nube nieve
o que un vikingo llore
con el ojo que no tiene.
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