lunes, 17 de agosto de 2015

LAS DIABÓLICAS


                  

Hace dos suspiros y un bostezo que me he muerto
y ya apenas recuerdo quién soy o dónde estoy,
en este ámbito amnésico, amniótico como el líquido del útero,
pero más frío, y adonde me llegan ecos opacos, sordos, neutros,
y no las voces soeces de todos aquellos hombres que visitaban a mi madre,
como yo virtuosa de todo vicio,
¿me habré ahogado en esta agua oscura? ¿Suicidado?
Imposible: recuerdo amar la vida como a una mujer ligera,
ser un vividor, un bebedor, tenista y jugador de golf,
y a tientas mis clarividentes dedos reconocen una bañera,
para un amante del whisky el infierno no es de fuego sino agua,
y como a los ahogados se me proyectan secuencias de mi vida:
unos marineros coreando el nombre de mi madre ebria,
el primer placer en vengarme vapuleando a una mujer,
mi boda con Cristina por amor sincero al dinero,
el fracaso del internado, el cordial odio que me inspiran los niños,
las violencias y variaciones con que amenizo el tedio del tálamo
(secretos e intimidades que ha de respetar todo matrimonio),
los desahogos con Cristina, la mujer menos libertina
(una viciosa de la virtud, lo contrario de mi madre),
mis juegos de manos con su carne de nardo,
los sustos con que en cada rincón sorprendo la enfermedad de su corazón,
mis diversiones con su compañera Nicole, otra profesora,
el tacto de su piel tibia y mansa como una lluvia muy fina,
un bocado para mi hambre de lobo: ¿me van a pedir cuentas, un certificado?
¿Camino del más allá pagará mi madre peaje por su libertinaje?
A no ser que el infierno sea pasar un eterno invierno
en esta bañera cada vez más fría
(estoy vivo: estornudo y los fantasmas no pueden coger una pulmonía),
adonde no sé cómo he llegado, si en una borrachera o empujado
(¿será un ataúd bajo la lluvia con la tapa tan abierta como la de mis sesos?).
En este estupefacto instante de tiempo suspendido
sigo sin distinguir si me he ahogado o me hago el muerto,
si soy cómplice o víctima, inductor o el personaje de un creador,
si me han matado esas dos o yo lo he inventado,
si estoy borracho o alguien me ha soñado,
si soy un espectro (como todo ser vivo) o solo estoy un poco difuminado,
o más bien difuso, confuso, mareado,
¿como un náufrago navegaré en la balsa de esta bañera por la eternidad?
Solo sé que ansío la vida como a una hembra que se hace la dura,
que necesito festejar mis sentidos, comer, fumar, beber,
porque toda la ciencia de la vida se aprende en el lección del placer,
por eso cultivo mi gusto como un exuberante arbusto,
y ya recuerdo las últimas fotos del álbum erótico de mi vida:
el párpado hinchado de Nicole, un hematoma en el muslo de Cristina
(¡he gozado de tantos malvados gustos y placeres depravados!),
la huida injustificada a Niort de las dos doncellas,
mi sibarítico viaje en tren tras ellas,
¡Ya sé dónde estoy, quién soy!
Y empapado en la penumbra atisbo la trama urdida por esa bella araña,
espero que no mantis,
la historia en cuya telaraña me ha enredado (estoy en la elipsis),
inspirada en una de esas ecuaciones que son sus especialidades
(bañeras que se van vaciando con los grifos abiertos),
todo lo ha tramado con un propósito, como una presunta Providencia,
como todo hombre seré niebla y sombra, un fantasma,
en mi caso un hijo de puta,
pero un plan me informa:
como el personaje de una película me voy concretando, tomando forma.

                

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